De todos modos, creo que se está poniendo la lente en un objetivo erróneo. Se está viendo como salidas de tono achacables a individuos, pero me resisto a entenderlo como tal. A riesgo de caer en una errónea «tentación hermenéutica» (buscarle un sentido más profundo a cuestiones que no lo tienen), estoy convencido de que es parte de una estrategia diseñada con objetivos definidos. Vamos a intentar profundizar.
Lo primero que está claro es que estos mensajes están lanzados para que sean escuchados por el grueso de la población, por lo que no es coherente pensar que semejante catarata de barbaridades hayan sido meros <
Y esto enlaza con un hecho sorprendente (del cual todavía sigo teniendo dudas en base a su fundamento) que se ha hecho palmario en los últimos meses: los escándalos trascienden, llegan a la población a través de los medios oficialista que antes ejercían de dique de contención. La información era conocida, pero no transmitida. Sin embargo, este silencio pactado entre los medios de comunicación y las oligarquías se ha evaporado (o por lo menos, eso puede parecer), y hasta la Casa Real (intocable en base a serviles silencios tácitos) sufre del mismo modo el embiste de esta nueva realidad. Podría entenderse como un nuevo despertar periodístico embriagado de espíritu investigador por parte de los medios de comunicación de masas, arengados por el «efecto Wikileaks», pero todos sabemos el carácter sectario y acólito de los mass media y la obediencia que deben a sus propietarios. Por eso, merece un análisis (que no se hará aquí) sobre el por qué de esta nueva facilitación de información. El hecho de que medios afines al PP saquen a la luz informaciones sensibles y tomen distancia prudencial (y hasta posiciones agresivas) con el partido no deja de ser sospechoso.
En un contexto como el actual, donde una parte de la ciudadanía vuelve a recuperar interés por la política y a ejercer una nueva accontability más allá del hecho vacuo y desencializador de la democracia (el voto), es llamativo que los medios al servicio del sistema contribuyan a aumentar el «capital de cólera» de la población, mediante la facilitación de información referente a corrupción, estafas, fugas de capitales, evasión fiscal, etc. Y en esta constante retroalimentación entre las variables población, información y cabreo, es dónde se insertan las recientes declaraciones, generando un efecto multiplicador del nivel de rechazo y vehemencia en su contra. ¿Realmente no puede desprenderse una motivación última, una dimensión teleológica que desborde la simple apariencia de insensibilidad y torpeza?
Estoy convencido de que sí, que habría que ver más allá. No vale con pensar bajo el cabreo inmediato. Si fuese un hecho puntual sería una mera salida de tono y sí que podría acusarse a estos lumbreras como calaña inmoral. Pero lo que es evidente es que esto es parte de una estrategia. Principalmente -añadiría-, dirigida contra toda la población, pero en especial contra la PAH.
Y esto es algo realmente sintomático: las reclamaciones fundamentales de la PAH son de carácter conservador, dado que lo que se exige es la inviolabilidad de la propiedad privada. Esto no supone en ninguna medida una crítica a su enorme y encomiable labor. Pero sí que ayuda a percibir más allá de los contornos de la realidad inmediata: si la PAH goza de tanto apoyo es porque, precisamente, sus reclamaciones se enmarcan en una dimensión donde la mayoría de la población está cómoda, alejada de posturas revolucionarias. La postura lógica para gestionar este tipo de protestas en las que «la situación se politiza -en palabras de Zizek- cuando la reivindicación puntual empieza a funcionar como una condensación metafórica de una oposición global contra Ellos, los que mandan», es atender a las demandas exigidas (máxime con unas reclamaciones tan moderadas), desactivando todo el potencial desestabilizador que esa confluencia de opositores podría generar. En cambio, la posición del gobierno es la contraria. Y es aquí donde llegamos al núcleo de la cuestión.
La estrategia del gobierno está claramente enfocada a crear un universo simbólico en base al cual cualquier elemento que ponga en tela de juicio sus acciones pueda ser vinculado con la violencia. De este modo, está apropiándose y redefiniendo la noción de violencia y la está circunscribiendo a acciones concretas llevadas a cabo por ciertos colectivos. Además, promueve y maximiza una importante (pero falaz) función inductiva: la violencia es la esencia de estos grupos. Se busca hacer de la anécdota o la cuestión puntual, la esencia sobre la que se fundamenta el movimiento.
A su vez está utilizando una perversa e hipotética «profecía autocumplida»: llamando violentos a todos sus adversarios juega la carta de que sus partidarios entren en una suerte de dialéctica autorreferencial, llegando al punto de que si en un momento se produce algún hecho catalogado como violento, encaje perfectamente en la concepción de aquellos que han sido inoculados con ese miedo.
Por otra banda, las comparaciones ejercidas entre estos grupos y las juventudes hitlerianas (por ejemplo) podría leerse bajo otro prisma interesante: la gravedad de los actos que el gobierno (y el sistema en su conjunto) lleva a cabo y defiende sólo pierden gravedad si se los compara con crímenes de una magnitud superior. La conclusión es evidente: existe consciencia por parte del gobierno de que ellos son ejecutores y participes de muchas modalidades de violencia (objetiva y subjetiva).
Pero la pregunta central es ¿hemos llegado al final o tendremos que dar una paso más? La respuesta es obvia: seguimos.
Si atendemos a una lógica electoralista, las declaraciones son a todos luces un suicidio. Ciertas acusaciones también afectan a sus votantes. Es imposible estadísticamente que ningún votante del PP haya sufrido ningún proceso de desahucio (esto demuestra una obvia fractura de clase entre los dirigentes populares y parte de su base electoral, pero eso es otro tema). Es probable que ciertos votantes del PP empiecen a sentir un repentino acercamiento con la PAH y similares, inversamente proporcional con la cercanía que sienten con su actual partido. Si observamos la dimensión actual de la política partidista como una simple competición electoral (que es lo que es) nos encontramos ante un partido en el gobierno que en momentos de erosión brutal de su base de apoyos, ataca directamente a una parte de sus votantes actuales, a sus votantes «potenciales», así como a votantes que sin encontrarse en esta situación, sientan cercanía con estas demandas. ¿No es realmente llamativo? Aunque la pregunta debe ser más ambiciosa ¿hay algo más?.
Pues sinceramente estoy convencido de que sí. Hay consciencia por parte del PP de que es imposible que vuelvan a ganar unas elecciones si todo se sigue desarrollando con normalidad y los datos sobre creación de empleo sigan arrojando una perspectiva apocalíptica. El objetivo para el gobierno, pues, es justamente cambiar el objetivo.
El hastío de una parte de la población puede desembocar en levantamientos populares (puntuales y/o esporádicos, es decir, en contraposición a una perspectiva leninista), que ya no se rijan por el pacifismo ineficaz que ha jalonado las protestas de los últimos tiempos. La Plataforma ¡En Pie! llama a asediar en Congreso el día 25 de abril, y parece que la consigna «estas son nuestras armas» va a modificar su significado. Podría ser que las declaraciones y acciones del gobierno sean abiertamente un acto de provocación intencionado que estén precisamente encaminadas a fomentar el aumento de la tensión social y que pueda desembocar en un escenario de «estallido» social, en el que toda su estrategia de criminalización y «profecía autocumplida» surjan su efecto. Aquí sería bueno parafrasear a Tucídides, y afirmar que la inevitabilidad de la violencia, se acaba convirtiendo en uno de sus principales causas. O dicho en términos coloquiales «tanto va el cántaro a la fuente, que al final se rompe». Tanto decir que son violentos, que al final habrá violencia física. Y puede ser eso exactamente lo que se está buscando desde el gobierno.
La realidad es que en un escenario de conflictividad, el PP estaría en su entorno de confort absoluto, en el cual se puede hacer ver como la única garantía de «ley y orden», presentándose como la salvaguardia de las gentes de bien. Además, tendría otra lectura: situaría al PSOE en una situación extremadamente crítica. O bien acepta medidas de urgencia nacional y asume sin diatribas las «políticas de Estado» presentadas por el PP, o será presentado como irresponsable y demás sandeces del estilo. Y el PSOE en su deriva a ninguna parte, tendrá que posicionarse o con la calle o con las fuerzas del orden. Este escenario traumático podría ser la puntilla que acabe con el PSOE. Y no me extrañaría que algo de eso ronde la cabeza de algunas mentes «lúcidas».
Veamos cómo evolucionan los acontecimientos. Aunque, sinceramente, no puedo estar sino agradecido al PP por actuar como lo hace: está poniendo a las claras su propia naturaleza y las perversiones inherentes del sistema. Sin ellos, toda la pedagogía que está recibiendo gran parte de la población sería imposible. Así que ¡qué no pare la fiesta!
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