El sociólogo Baudrillard ya nos advirtió en los años noventa («El crimen perfecto». Anagrama, 1996) que esa desaparición, o repliegue, se estaba produciendo, que lo que entendíamos como real cedía frente al ímpetu de su doble, es decir, frente al relato que le otorga sentido.
En este mismo año, Vicente Verdú («El capitalismo funeral. La crisis o la tercera guerra mundial») escribió: «Desde hace dos décadas la mentira pública y la corrupción a escala global era ya múltiple y multípara. Con la verdad a cuestas apenas se podía dar un paso, mientras que gracias a la mentira, su perfume o su humareda, se podía volar. Cuanto menos adherencia y sujeción a una idea o a una creencia, mayor capacidad para transmigrar»
A lo largo de este mes de agosto, los ciudadanos (aunque quizá no demasiados) hemos asistido a una refriega verbal entre los dos principales partidos españoles de tintes surrealistas: acusaciones sin pruebas, y sin intención de presentarlas, por un lado; vestiduras rasgadas y aspavientos escandalizados, por el otro. Todos aupados a una grandilocuencia lingüística más propia de un dramón calderoniano que de un debate político civilizado, es decir, democrático.
Xosé Luis Barreiro Rivas («La Voz de Galicia», 13 de agosto) recomendó a sus lectores que no hicieran caso, que no se creyeran la gravedad de tales declaraciones, que siguieran a lo suyo sin fijarse demasiado en todos esos fuegos de artificio, en esas florituras verbales irrelevantes.
Petición innecesaria, creo yo, porque en esa posición nos encontrábamos. Sabemos ya que todo responde a una estrategia, que los emisores de esos mensajes no ofrecen ni pretenden información, no presentan ni exigen enunciados verdaderos, ni siquiera verosímiles; sabemos que su único interés apunta a la consecución de resultados satisfactorios para su cuenta política. Y eso nos distancia, nos expulsa del ágora, nos convierte en meros espectadores de un combate circense; y así la democracia se resiente, se desvirtúa, se convierte en mero mecanismo circunstancial.
El escritor italiano Alessandro Baricco («Los bárbaros. Ensayo sobre la mutación». 2008) escribió: «…la democracia a estas alturas es únicamente una técnica que se mueve sin sentido, celebrando un único valor realmente reconocible, es decir, a sí misma. No sé si es una perversión mía o un sentimiento compartido por muchos. Pero lo cierto es que muy a menudo existe la duda de que hasta los principios de libertad, igualdad y solidaridad que fundaron la idea de democracia se han ido deslizando hacia el trasfondo y que el único valor efectivo de la democracia es la democracia. Cuando se limitan las libertades individuales en nombre de la seguridad. Cuando se debilitan los principios morales para exportar, con la guerra, la democracia. Cuando se reunifica la complejidad del sentir político en la oposición de dos polos que lo cierto es que se disputan un puñado de indecisos que se han quedado ahí en medio. ¿No es el triunfo de la técnica sobre los principios? ¿Y no se parece de manera sorprendente al mismo delirio bárbaro, que corre el peligro de santificar una mera técnica, convirtiéndola en una divinidad que se apoya en un vacío de contenidos?…»
Es ahí donde estamos: la política convertida en juego de ingenio, alejada de la realidad y actuando exclusivamente sobre los simulacros que la sustituyen, cada vez más prisionera de una jerigonza o argot incomprensible, ajeno al mundo de la vida (Habermas), marginal, sólo utilizado por una clase política aérea, desenraizada.
La verdad pesa, ata, es tozuda. La ficción es ligera, libre, reversible. Se ha optado por una levedad ciertamente insoportable.
¿No será mejor dejar los malabarismos a un lado y volver a situar la verdad en la médula del discurso, en la armazón de cualquier estrategia comunicativa? ¿Estaremos todavía a tiempo de regresar a la realidad, aunque sólo sea para contradecirla (negarla, transformarla), o ya no será posible y viviremos condenados al vagabundeo incondicionado de la apariencias?
La comunicación política, como todo tipo de comunicación, debe hacerse también estas preguntas.
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