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Por su propia dinámica, la sociedad, tan proclive a los elementos de consumo masivo, prefiere dotarse de este tipo de conceptos y palabras que en un periodo no muy largo de tiempo, serán sustituidos[3]. Esta naturaleza «obsolescente» (comprar, usar y tirar) de los conceptos, es otra muestra inequívoca de como la lógica del mercado pervierte la esencia misma del conocimiento.

El 15M como una trasformación de los discursos

A partir del 15M, ciertas consignas, sin mucho anclaje militante, empezaron a hacerse fuertes[4]. Para los previamente politizados, aquello causó reacciones de diversa índole, que iban desde el rechazo, hasta el estupor, pasando por la minusvaloración de lo que se estaba gestando. Pero una cosa quedó a todos clara: había una gran diferencia de percepción entre la gente que en ese proceso se estaba subjetivando políticamente por primera vez, y aquellos que tenían algún bagaje anterior. Y las nuevas descripciones, los nuevos diagnósticos y las nuevas consignas, chocaban frontalmente con lo que previamente se entendía por «política».

Empezaron a surgir arengas que, para cualquiera con algo de militancia previa, sonaban chocantes: «somos el 99%», «No somos ni de izquierdas ni de derechas. Somos los de abajo, venimos a por los de arriba», etc. Particularmente, he de reconocer que, en cierto sentido, sentí una suerte de tristeza al constatar como ciertas sospechas acerca de la escasa cultura política del Estado, se plasmaban de forma nítida. No obstante, se abría una ventana de oportunidad.

¿Izquierda/derecha o abajo/arriba?

Desde el comienzo, he sido de la idea que lo de «No somos ni de izquierdas ni de derechas» era una mentira en sí misma. Una cosa es que no se haya entendido lo que es izquierda/derecha; o que se hayan difuminado esas nociones con los partidos de régimen; o que haya calado la idea de que la izquierda, quema iglesias, mata curas y come niños. Todo eso podría tener «un pase», aunque sólo vendría a reflejar una patente ausencia de preocupación por los asuntos públicos.

Sin embargo, a lo que obliga ese escenario es a un llamamiento urgente de cara a la reformulación de las coordenadas en las que un discurso que pretenda constituirse en mayoritario-hegemónico, debe enmarcarse. Dicho de otro modo: toda la verdad que encierra la teoría marxista (y otras) es altamente inservible, si en tanto que herramienta de análisis y de proposición de alternativas, su impacto queda reducido a una exigua cantidad de sujetos y no llega a la mayoría cuantitativa que ha de constituirse como el motor del proyecto (y el cambio) político.

La pregunta a la que se pretende responder es clara, pero compleja a la vez: ¿se podrían utilizar estas nuevas (e indeterminadas) consignas como elementos de aproximación inicial a esa mayoría social, con vistas a una progresiva politización de la misma en términos clásicos? ¿Es posible una síntesis izquierda/derechaabajo/arriba?

Inicialmente, no lo veía claro. No obstante, podrían explorarse algunas variables interesantes que puede que ayuden en este camino.

– La primera cuestión es que, pese a la insoportable situación económica y social, la «izquierda» no ha sido ni capaz de articular un proyecto cohesionador de mayorías. Es inevitable plantearse que si en esta coyuntura no se ha logrado, debe haber cuestiones que fallan;

– La segunda cuestión es que la sociedad es mucho más receptiva hacia otros conceptos con menos trasfondo ideológico. Cuestión con un reverso terrible, pero cuestión objetiva e indiscutible, al fin y al cabo;

– La tercera es que, quizás, se hayan desterrado con demasiada alegría (o vehemencia) ciertas potencialidades de los nuevos conceptos utilizados.

Y a partir de aquí entremos en un terreno interesante. Pese a no tener tanta carga política, el concepto abajo/arriba posee una fortaleza inmanente derivada de su recreación simbólica, estética. Frente a izquierda/derecha que se establece en un plano de «horizontalidad», abajo/arriba se constituye como una estructuración jerarquizada de la sociedad, de un elemento claro de verticalidad y subalternidad. En esta perspectiva, nociones como <> y <> van implícitas, de manera que, en el imaginario colectivo se puede vincular de manera inmediata, ese abajo con la existencia de un arriba que está en un estrato superior económica y socialmente.

Si siguiésemos profundizando en estas fortalezas no detectadas, nos encontraríamos que sería muy fácil trasmitir que, en gran medida, esa distribución social entre abajo/arriba se da por una cuestión de intereses enfrentados, mayoritariamente antagónicos, entre los que están arriba (representantes del Capital) y los que están abajo (representantes del trabajo).

Habría mucho camino avanzado, además, para exponer que cuanto menos tengan que pagar los de arriba, más ricos se harán, y que este hecho está directamente relacionado con el empobrecimiento y empeoramiento de las condiciones vitales y laborales de los trabajadores (moderación salarial; aumento del paro [«ejército de reserva» Marx]; pérdida de derechos [«acumulación por desposesión» Harvey], etc.).

Se podría explicar también, otra variable por la que los de arriba son cada vez más ricos: la primacía de la economía financiera sobre la economía real. A su vez, la pérdida de peso de la economía real, afecta claramente a los de abajo, que en base a su posición dependiente, sólo generan riqueza con su fuerza de trabajo. SI el trabajo desaparece en favor de la economía financiera, los perjudicados serán los trabajadores, los de abajo. Este es un hecho de una centralidad absoluta, dado que, bajo el desarrollo de economías postfordistas y financieras, la demanda de trabajadores será continuadamente descendiente. Esto conduce a bolsas de desempleo estructural cada vez mayores. De ello se debería extraer un hecho crucial: las reivindicaciones no sólo deben exigir el reparto y distribución de la riqueza, sino también del trabajo.

Otra cuestión claramente «aprovechable» de esta concepción vertical es que, de manera inconsciente, ha hecho desaparecer el espacio que en la sociología clásica se ha atribuido a la «clase media». Simplemente, hay dos posiciones: abajo y arriba. Ninguna suerte de híbrido o estancia intermedia. Bien pensado, estamos ante un esquema nebuloso que, en principio, ya establece una visión dicotómica de la sociedad. Eliminar la «clase media» como elemento sustantivo de análisis ha sido un anhelo de los defensores de la idea de «clase» en clave marxiana.

¿Es posible el encuentro?

Ante este escenario, sería interesante abrir el foco y entender el nuevo campo de juego. Y me parece interesante poner sobre la mesa las enseñanzas de varios seguidores de Althusser, y su concepción de cómo se podría articular una situación social como la actual.

En primer término, rescatar un excelente artículo de John Brown en el que subraya que:

«Las clases se hacen en su lucha, pero en ningún modo preexisten a esta. Pensar las clases desde un punto de vista materialista es pensar sus condiciones de existencia, las causas que las determinan a existir y actuar […], entre quienes se apropian los medios de producción y la riqueza y quienes se ven expropiados de ellos. […] Los sujetos de esta lucha (las clases) no son así origen sino resultado»

En este sentido, es la realidad actual y los actores y agentes que la conforman los que deberían establecer las alianzas y los antagonismos que de dicha realidad se derivan. No se debe minusvalorar este importante potencial revolucionario latente en la sociedad:
una inmensa mayoría de la población entiende que las cosas no funcionan bien, pese a que sus recetas y soluciones sean de diversa naturaleza.

No obstante, creo que en estos momentos, frente a grandes llamamientos a revoluciones carentes de sujeto histórico que las lleve a cabo, conviene analizar cuál es el tablero y qué podemos hacer. Y es justo en este punto, cuando estamos obligados a comprender y subrayar lo que Alain Badiou (otro discípulo de Althusser) denominó como la «hipótesis comunista»[5]: una idea universal y atemporal (reformulada en cada coyuntura histórica), a favor de la igualdad y la justicia, que, por medio de un proceso expropiatorio, conduzca a la usurpación de los privilegios de aquellos que están en la cúspide del escalafón social. Puede que nunca se nos presente una oportunidad como ésta de protagonizar un verdadero acontecimiento: un proceso de trasformación política desde el plano de la radicalidad democrática. Ya lo decía Mao: «Todo es caótico bajo el cielo. La situación es excelente». Sería un error estratégico imperdonable despreciar todo el caudal de rabia contenida en esa población que tanto sufre.

Quizás las concepciones abajo/arriba e izquierda/derecha estén más alejadas de lo que se ha expuesto aquí. No obstante, si realmente queremos ser un instrumento útil para esas masas golpeadas con toda la dureza de la crisis, debemos procurar que se tiendan los puentes necesarios para que los ciudadanos en sí tomen conciencia y se conviertan en trabajadores para sí. Más de 6 millones de parados, por encima de 12 millones de personas en riesgo de pobreza y cerca de 3 millones de niños bajo el umbral de la pobreza, son datos suficientemente espeluznantes como para pensar que existe cierto caldo de cultivo para dicha aproximación.

Un claro ejemplo de ello es que la situación de crisis estructural está produciendo una inequívoca proletarización de la sociedad, con todas las variables que de ello se derivan. Principalmente, querría subrayar la progresiva radicalización de los discursos por parte de sectores previamente no politizados, derivada, exclusivamente, del contacto y la práctica política activa y continua de la mano de convencidos militantes. Una muestra clara de esta «inercia activista» es que muchos de los movimientos surgidos a partir del 15M, y que inicialmente renegaban de ella, han recuperado tanto la retórica como los objetivos tradicionales de la clase obrera. De una manera exponencial, durante las manifestaciones, las consignas que más se escuchan tienen una sobresaliente carga obrera y anticapitalista. Es llamativo como ese proceso de aprendizaje ha aproximado a sujetos desclasados hacia su paraguas ideológico «natural». Y de ello se deben extraer importantes enseñanzas: la pedagogía, es lenta y latosa, pero si se despliega de una forma adecuada, sedimenta y crea poso: subjetiviza, crea sujetos políticos concienciados.

Está claro que nuestro antagónico es el que está arriba. Y lo sabemos desde la izquierday lo sabemos desde abajo. El encuentro es posible (y necesario). No podemos olvidar que estamos hablando de lo mismo.


[1] «son aquellos que para entender lo que sucede hoy en día proponen la constante creación de nuevos términos, (<>, <>, <>, <>, etc.), los que pierden los contornos de que es realmente Nuevo. La única forma de captar la auténtica novedad de lo Nuevo es analizar el mundo a través de lo que era <> en lo Viejo, entonces funciona como una <> hegeliana: es eterno no en el sentido de un conjunto de características abstractas universales que se pueden aplicar en todas partes, sino en el sentido de que tiene que ser reinventado con cada nueva situación histórica.» Žižek, Slavoj (2011) Primero como tragedia, después como farsa. Madrid: Akal. p. 11

[2] entre ellos, cabe destacar a los promotores/seguidores de la tercera vía de Anthony Giddens y compañía

[3] Recuerdo a una profesora visitante del FLACSO que en un curso de doctorado, nos contaba como los politólogos siempre tendían a ver todo como «novedoso», como cuestiones coyunturales con morfología propia. Mientras, los historiadores procuraban buscar similitudes y analogías como procesos recurrentes y repetidos en épocas anteriores. En ese momento, entendí la preocupante patología de la mayoría de los politólogos de renombre de hacer de sus ideas «nuevas mercancías» vendibles. Esto explica perfectamente porque grandes mentes de la CC. Política se han dedicado a promover el marketing político como única vía. Al final, han preferido traicionar su bagaje intelectual (que «sólo» produce respeto académico) por la primacía de ideas mediocres que les convierta en lacayos del poder, a cambio, eso sí, de diversos beneficios.

[4] «es bastante revelador el manifiesto de los indignados españoles propuesto tras las manifestaciones de mayo. Lo primero que llama la atención es el tono deliberadamente apolítico […] ¿Quiénes serán los agentes de esta revolución? Los indignados rechazan a toda la clase política, de izquierdas y de derechas, por corrupta y por entregarse a la codicia del poder, pero, no obstante, el manifiesto plantea una serie de reivindicaciones dirigidas ¿a quién?; no a la propia gente: los indignados (aún) no reivindican que sean ellos los impulsores del cambio que desean. Ahí radica la debilidad de las protestas recientes: expresan una rabia real que no se acaba de transformar en un programa positivo de cambio socio-político Expresan un espíritu de revuelta sin revolución.» Žižek, S. ¡Ladrones del mundo, uníos! Revista Teknokultura Vol. 8 Nº 2; pp 211-212

[5] «Se trata de lo que Kant llamaba una Idea, dotada de una función reguladora, antes que de un programa (…) En tanto que Idea pura de la igualdad, la hipótesis comunista ha existido sin duda alguna desde los comienzos del Estado. Tan pronto como la acción de masas se opone a la coerción del Estado en nombre de la justicia igualitaria, comienzan a aparecer los rudimentos o los fragmentos de la hipótesis». Badiou, A. La hipótesis comunista.

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