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Vaya por delante que en tiempos también me he visto seducido por propuestas neoweberianas que intentan explicar que en sociedades complejas, el esquema dicotómico marxista de clase estaba superado y que no era un criterio útil para analizar (principalmente), la Europa posterior al Plan Marshall.

Sin embargo, la historia que están escribiendo los pueblos europeos actualmente es el mejor ejemplo de que sí que existe un motor de la Historia. Y ese motor es la lucha de clases.
Por eso, en esta entrada voy a intentar ser muy claro: la clase media (como elemento objetivable y estanco) no tiene ningún fundamento en la praxis.

De inicio, lo que presupone la noción de clase media es una renuncia explícita a ser encuadrado como clase trabajadora. Progresivamente, esta condición ha sido reservada para mano de obra de baja cualificación, preferentemente manual. La forma para crear esa barrera clasista de diferenciación ha sido establecer una nueva categoría sociológicamente indescifrable.

Un hecho relevante en esta «huída» de la condición de clase trabajadora, es que este fenómeno ha estado potenciado de manera muy paradójica, por la subida al poder de partidos socialdemócratas, inicialmente en el centro y norte de Europa, y, posteriormente, en el resto del continente. La cristalización del Estado del Bienestar se apoyaba en una terciarización y desarrollo del sector servicios (educación, sanidad, burocracia, prestaciones, etc.) que de manera constante adquirían mayor peso en detrimento de los sectores industriales.

Hay que decir que esto no es un proceso aséptico sin ninguna implicación social. Más bien todo lo contrario: la disminución progresiva del sector industrial está ampliamente ligada al intento de privar al (lugar de) trabajo como elemento aglutinador de clase. Cuando Margaret Thatcher emprendió su batalla contra los sindicatos y contra los mineros, no era una simple cuestión de orden público: estaba sentenciando de muerte al movimiento asociativo-sindical. En el sector industrial se plasma de manera inequívoca la dialéctica sobre los medios de producción descrita por Marx. La fábrica ha sido históricamente el germen del movimiento y el lugar que ejemplificaba y reforzaba la conciencia de clase. En este esquema, no había dudas sobre de qué lado estaba cada uno. La intención de trasvasar ese potencial contestatario al sector servicios, lleva claramente implícito una apuesta por atomizar a los individuos limitando los vínculos de solidaridad y pertenecía colectiva. Es decir: el individuo que trabaja por su cuenta no desarrolla de igual medida la conciencia que sí que macera en entornos donde confluye una gran masa trabajadora. La razón, ya se ha apuntado: la atomización de la sociedad y la inherente voladura de los vínculos grupales. A esto hay sumarle los procesos de reconversión industrial y de deslocalización de la producción. Todo ello nos sitúa en un escenario que podría denominarse desproletarización.

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Una de las enseñanzas que de esto se desprende es que en un momento de crisis sistémica como el actual, los lazos entre los que de manera inequívoca sufren las consecuencias del sistema, son ínfimos. La estructura productiva se ha concebido bajo esa lógica. Ha habido un desclasamiento fomentado e impulsado que impide la emergencia y solidificación de respuestas colectivas. Dos de las grandes victorias del capitalismo en esta crisis son haber puesto en evidencia a sus adversarios ideológicos, dado que no se han postulado alternativas (lo que sitúa a la izquierda en una situación altamente dramática); y haber desintegrado la conciencia de clase como elemento aglutinador. No hay que olvidar que gran parte de la emergencia social que vemos no tiene ningún bagaje político previo hasta la efervescencia de la crisis. Dicho sin tapujos: aquellos ilusos aburguesados que se han creído clase media.

Pero, ¿qué es la clase media? Si la respuesta me correspondiese darla a mí, contestaría sin dudarlo que es la no-clase, aquellos que han interiorizado que vivimos en sociedades postmodernas en las cuales el individuo, apoyado en su esfuerzo, podrá llegar tan lejos como se lo proponga. Cualquier mención a conciencia de clase les sonará a decimonónico y a terminología obsoleta y superada. Reniegan de la clase obrera porque parte de su trabajo es de naturaleza «intelectual», y aspiran al ascenso social, a la que sólo una micronésima parte accederá. La práctica totalidad, se quedará en el camino anhelando el lujo próximo, pero a la vez inalcanzable.

Lo realmente trágico de esta situación es que la autodenominada clase media no se ve a sí misma como lo que realmente es: trabajadores que tienen que vender su fuerza de trabajo a cambio de un salario. Independientemente que se tenga mayores o menores capacidades de cualificación y/o de organización (siguiendo el esquema de Olin Wrigh), al final, el trabajador no deja de ofertar mano de obra de la que se extrae una plusvalía. Este hecho exigiría una reubicación en el cuerpo social, y su retorno a su lugar natural, es decir, la clase trabajadora. Pero en el imaginario ha calado y se ha imbricado de manera perenne esa construcción artificial llamada clase media.

Pero lo realmente curioso, es, que en cambio, la burguesía capitalista, sí es perfectamente consciente de la dicotomía existente. No han sido ni Zizek, ni Badiou, ni Negri, ni Chávez los que más promoción y notoriedad han otorgado al concepto de lucha de clases en los últimos años. Ha sido Warren Buffet, uno de los hombres más ricos del mundo, que afirmó sin ambages que por supuesto que existe lucha de clase, y que la suya iba ganando. Resulta muy tentador apuntar a la frase de Marx de primero como tragedia después como farsa. Es una tragedia que vivas confundido; es una broma macabra que tu enemigo sepa que estás confundido.

Pero incluso, ese discurso que consideran trasnochado acerca del antagonismo de clase, se podría explicar bajo conceptos y paradigmas del siglo XXI. Nunca en la Historia ha habido tanto dinero circulando, sin embargo, paralelamente, se produce un empobrecimiento generalizado.

¿No sería una pregunta capital preguntarse si más que una mera casualidad sea una verdadera causalidad? Es evidente que ambos procesos son dos factores indisolubles. La pauperización va de la mano de la voracidad acumulativa de las élites. En este último mes dos noticias mostraban las dos caras de la misma moneda: un informe de Unicefrecogía que «Más de 2.200.000 niños están por debajo de umbral de la pobreza en nuestro país, y su número ha aumentado en más de un 10% durante la crisis.»; por otro lado, el Informe Anual sobre la Riqueza en el Mundo constataba que en España el numero de ricos ha crecido en un 5.4%, lo que demuestra que esta crisis económica está siendo una muy buena salida para los inversores que están acertando.

¿De verdad que no se puede establecer vinculación entre ambos fenómenos? Propondré una cuestión sencilla de responder. En el Estado español, la desigualdad se acrecienta a pasos agigantados. Los grandes capitalistas aumentan sus beneficios a la par que el número de parados aumenta de manera vertiginosa. En este escenario, la burguesía achaca a la falta de competitividad y las rigideces laborales la situación del país. La solución: reforma laboral que facilita el despido. Lo que el paro ha supuesto siempre es un elemento de violencia sistémica contra los trabajadores, un mecanismo para disciplinar a la masa trabajadora. Y ese paro, afecta brutalmente a la autodenominada clase media. ¿Dónde está la diferencia entre un obrero en paro y un licenciado con dos Masters que compite por trabajos de similar remuneración? ¿Realmente en este escenario hay alguna duda de que la clase media no es sino clase trabajadora embaucada con falacias postideológicas?

Analizado desde un punto de vista más técnico, si el antagonismo de clase basado en la propiedad de los medios de producción no es suficiente para muchos de cara a explicar la situación actual, lo diremos de otra manera. Hay un indicador claro que marca en qué lugar del espectro social está cada uno. Dicho indicador se basa en la naturaleza de la principal fuente de ingresos, es decir, si las rentas se derivan del capital o del trabajo. Aquellos que pueden vivir de los ingresos asociados a las rentas del capital, se conforman y se autopropagan como clase capitalista. Los que sólo podamos vender nuestra forma de trabajo y en base a eso, obtener nuestros ingresos, somos clase trabajadora. Tan sencillo como eso. Además, otro elemento de clase no suficientemente remarcado, es el marco fiscal existente, donde de manera objetiva, las grandes fortunas soportan una carga impositiva adjetivamente inferior.

Preguntaría a aquellos que se consideran clase media de donde obtienen sus ingresos. Y les preguntaría si ha compensado el desclasamiento general ahora que no se perciben soluciones inminentes para los problemas que nos acechan. Quizá, puede, a lo mejor, sea porque acostumbrados al letargo, se pretende buscar soluciones coyunturales a problemas estructurales. Son muchos los que todavía piensan que el problema se soluciona con parches. Esa pérdida de conciencia les impide ver que la crisis (todas las crisis), es consecuencia del funcionamiento ordinario del capitalismo. Y mientras tanto, como dice Riot Propaganda: «la clase obrera gime, la burguesía ríe».

Un último factor a apuntar, de trascendencia infinita, es que siempre se ha dicho que la clase media era el soporte de la democracia. Y esto explica muchas cosas: un elemento que es artificial es el motor de un concepto que es mentira. Por eso estamos donde estamos: los trabajadores que se han creído potenciales ricos son los mismos esclavos que se pensaron que su voto cuatrienal servía para decidir.

Ha llegado el momento de hacer saltar por los aires todo el universo conceptual existente y redefinir los alineamientos de clase. Y que a nadie se le olvide:

«Toda la historia de la sociedad humana, hasta el día, es una historia de lucha de clases»

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